DIOS POR NOSOTROS Capítulo 6

2- LA MUERTE DE SU HIJO La segunda prueba de que Dios es por nosotros se halla en la muerte de su Hijo. Para nuestro actual propósito, nos basta con tomar un solo aspecto de la muerte expiatoria de Cristo, pues es un aspecto cardinal. Nos referimos al hecho admirable que el Espíritu Santo nos presenta en Isaías 53:10: “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento”. Nuestro adorable Salvador podía simplemente haber venido a este mundo de pecado y pesadumbre, y hacerse hombre. Podía haber sido bautizado en el Jordán, ungido por el Espíritu Santo, tentado por Satanás en el desierto. Podía haber pasado haciendo bienes; haber vivido y trabajado, llorado y orado y, a la postre, marchado de vuelta al cielo, dejándonos así envueltos en las tinieblas más densas que nunca. Como el sacerdote o el levita de la parábola (Lucas 10), podía haber llegado y habernos mirado con nuestras heridas y nuestra miseria, haber pasado de largo y volver en solitario al lugar de donde vino. ¿Qué habría sucedido si hubiese obrado así? ¿Qué, sino las llamas de un infierno eterno para ti y para mí, querido lector? Porque, recuérdese bien, todos los trabajos que el Hijo de Dios llevó a cabo en su vida —su ministerio asombroso, sus días de penosa labor y sus noches de oración, sus lágrimas, suspiros y gemidos—, toda su vida de trabajo, desde el pesebre en adelante, pero aparte de la cruz, no habrían podido borrar ni una pizca de culpa de una conciencia humana: “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Sin duda, el Hijo eterno tenía que hacerse hombre para poder morir; pero la encarnación no podía cancelar la culpa. En realidad, la vida de Cristo, como hombre en este mundo, sólo mostró con mayor evidencia la culpabilidad de la raza humana. Continuará...

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