LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 8

1- HAY UNA ASAMBLEA DE DIOS EN LA TIERRA Debo estar convencido, por la autoridad de la Palabra y por el Espíritu de Dios, que aquélla está verdaderamente congregada sobre el principio de la Asamblea de Dios y que posee todas las características de ella; de otro modo, no puedo reconocerla. Puedo reconocer a los hijos de Dios que están allí, si me permiten hacerlo fuera de los límites de su sistema religioso; pero no puedo reconocer ni aprobar ese sistema en modo alguno. Si lo hiciera, sólo sería como si afirmara que es totalmente indiferente que yo tome mi lugar en la Asamblea de Dios o en los sistemas del hombre, que reconozca el Señorío de Cristo o la autoridad del hombre, que reverencie a la Palabra de Dios o a las opiniones del hombre. Sin duda, estas afirmaciones chocarán a muchos. Se hablará de santurronería, prejuicio, estrechez de miras, intolerancia y cosas similares. Pero esto no debe apenarnos mucho. Todo lo que tenemos que hacer es cerciorarnos de la verdad respecto a la Asamblea de Dios y adherirnos a ella con el corazón y enérgicamente, a toda costa. Si Dios tiene una Asamblea —y la Escritura dice que la tiene—, entonces debo estar allí y no en otra parte. Es evidente —y cada uno debe convenir en ello— que, donde hay varios sistemas antagónicos, no todos pueden ser divinos. ¿Qué debo hacer? ¿Debo contentarme con elegir el menor de los dos males? Por cierto que no. ¿Qué, entonces? La respuesta es clara, enfática y directa: la Asamblea de Dios o nada. Si donde Ud. vive hay una expresión local de esa Asamblea, bien; esté allí en persona. Si no, conténtese con tener comunión espiritual con todos aquellos que, humilde y fielmente, reconocen y ocupan esta santa posición. Se puede tomar por liberalismo la disposición a aprobarlo todo e ir con todo y con todos. Puede parecer muy fácil y placentero estar en un lugar «donde se da rienda suelta a la voluntad de todos y donde no es ejercitada la conciencia de ninguno», donde podemos sostener y decir lo que nos gusta, hacer lo que nos agrada e ir adonde nos plazca. Todo esto puede parecer muy deleitoso, muy plausible, muy popular, muy atractivo; pero será estéril y amargo al final; y, en el día del Señor, con toda seguridad que todo ello será consumido por completo como tanta madera, heno y hojarasca que no podrá resistir la acción de Su juicio. Continuará...

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