COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 3

Tomo I 2- AUTORIDAD Y PODER Si hubo un momento en la historia de la iglesia profesante en que fue más necesario que nunca tener autoridad divina para la senda cristiana, y poder divino para andar en ella, ese momento es precisamente el presente. Son tantas las opiniones antagónicas, las voces discordantes, las escuelas opuestas, las partes contenciosas, que, por todos lados, corremos peligro de perder nuestro equilibrio y de ser arrastrados quién sabe adónde. Vemos a los mejores de los hombres poniéndose en lados opuestos del mismo asunto; hombres que, hasta donde llega nuestra apreciación, parecen tener un ojo sencillo para la gloria de Cristo, y tomar la Palabra de Dios como su sola autoridad en todas las cosas. ¿Qué, pues, ha de hacer un alma sencilla? ¿Qué actitud ha de tomar uno frente a toda esta situación? ¿No habrá un puerto tranquilo y seguro donde poder anclar nuestra pequeña embarcación, lejos de las feroces olas del agitado y tempestuoso océano de las opiniones humanas? Sí, bendito sea Dios, lo hay. Y el lector puede experimentar en este mismo momento la profunda bendición de echar el ancla allí. Es el dulce privilegio del más simple hijo de Dios, del más sencillo niño de Cristo, tener autoridad divina para su senda y poder divino para avanzar por ella —autoridad para su posición, y poder para ocuparla— , autoridad para su servicio, y poder para llevarlo a cabo. ¿En qué consiste? ¿Dónde está? La autoridad se encuentra en la palabra divina; el poder, en la presencia divina. Así pues —bendito sea Dios—, todo hijo de Dios puede saber esto; es más, debiera saberlo, para la firmeza de su camino y el gozo de su corazón. Al contemplar la condición actual de los cristianos profesantes en general, uno se ve sorprendido con este tan lamentable hecho, a saber, que tan pero tan pocos están preparados para encarar las Escrituras en todos los puntos y en todo asunto personal, doméstico, comercial y eclesiástico. Una vez que la cuestión de la salvación del alma ha sido resuelta —y ¡ay, cuán raramente está verdaderamente resuelta!— entonces, la gente en realidad se considera en libertad de desprenderse del sagrado dominio de las Escrituras, y de arrojarse sobre las perdidas aguas turbulentas de la opinión y la voluntad humanas, donde cada cual puede pensar, elegir y actuar por sí mismo. Continuará...

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