COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 4

Tomo I 2- AUTORIDAD Y PODER Ahora bien, nada es más cierto que esto: que cuando se trata simplemente de una cuestión de opinión humana, de la voluntad del ser humano, o del juicio del hombre, no hay una sombra de autoridad, ni una partícula de poder. Ninguna opinión humana tiene alguna autoridad sobre la conciencia; ni tampoco puede comunicar ningún poder al alma. Puede aceptarse en la medida de su propio valor, pero no tiene autoridad ni poder para mí. Debo tener la Palabra de Dios y la presencia de Dios, de lo contrario, no puedo dar un solo paso. Si algo, no importa qué, viene a interponerse entre mi conciencia y la Palabra de Dios, no sé dónde estoy, no sé qué hacer ni hacia a donde dirigirme. Y si alguna cosa, no importa qué, viene a interponerse entre mi corazón y la presencia de Dios, quedo absolutamente desprovisto de poder. La Palabra de mi Señor es mi único directorio; Su morada en mí y conmigo, mi único poder. “Mira que te mando… tu Dios estará contigo.” Pero puede que el lector se sienta dispuesto a preguntar: «¿Es realmente cierto que la Palabra de Dios contiene amplia guía para todos los detalles de la vida? ¿Me dice, por ejemplo, adónde debo ir el día del Señor; y qué he de hacer desde el lunes por la mañana hasta el sábado por la noche? ¿Me dirige en mi senda personal, en mis relaciones domésticas, en mi posición comercial, en mis asociaciones y opiniones religiosas?» Muy ciertamente que sí. La Palabra de Dios nos prepara o equipa enteramente para toda buena obra (2.ª Timoteo 3:17), y ninguna obra para la cual ella no nos prepare, puede ser buena, sino mala. Por lo tanto, si usted no puede encontrar autoridad para el lugar adonde va el día del Señor —no importa dónde sea— debe, inmediatamente, dejar de ir. Y si no puede encontrar autoridad para lo que hace el lunes, usted debe, inmediatamente, dejar de hacerlo. “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1.º Samuel 15:22). Confrontemos honestamente la Escritura. Inclinémonos bajo su santa autoridad en todas las cosas. Sometámonos humilde y reverentemente a su dirección celestial. Renunciemos a todo hábito, a toda práctica, a toda asociación —de la naturaleza que fuere, o aprobada por quien fuere— para los cuales no tenemos la autoridad directa de la Palabra de Dios, y en las cuales no podemos gozar del sentido de Su presencia, de la vida de Su apreciativo talante. Continuará...

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