COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 60

Tomo I 11- JESÚS DESAMPARADO DE DIOS Salmo 22 Estas cosas no son naturalmente sino figuras, y el hombre fue el más cruel de todos, el más vil e implacable, él solo por cierto fue el verdadero culpable, conducido por un enemigo más poderoso y sutil. Pero, cosa maravillosa, Dios estaba allí primero que todos; no podía no estar, ya que era el juez del pecado, el que hizo que su Hijo, quien no conoció pecado, fuese hecho pecado por nosotros. En primer lugar, pues, repito, está ese juicio misterioso del mal ejecutado sobre la persona del Santo, de Cristo. Y no por ser simplemente lo primero en una serie de eventos, sino porque permanece inconmovible por sí solo como lo único y más solemne de todo para Dios y para el hombre, tanto en el tiempo presente como en la eternidad, en la tierra, en el cielo o en el infierno. El salmo, pues, empieza convenientemente con este gran hecho, porque ¿con qué otra cosa podría compararse en el pasado, el presente o el futuro? El Señor Jesús había encontrado a Satanás al principio en el desierto, y al final en Getsemaní. Destruyó el poder que tenía tanto sobre la tierra como sobre el hombre, al “saquear los bienes del hombre fuerte” (véase Mateo 12:29). Pero en este salmo se trata de algo infinitamente más profundo. Era el pecado ante Dios. Ya no era un simple combate, ni nada para destruir o ganar por el poder de la obediencia. Durante su vida él fue la bondad misma, y tuvo el sello de Dios sobre ella. Jesús glorificó al Padre durante toda su vida, pero entonces se trataba de glorificar a Dios en su muerte, porque Dios es el juez del pecado. La cuestión no era con el Padre como tal, sino con Dios, con Dios en relación con el pecado. Aquel que había glorificado al Padre en una vida de obediencia, glorificó a Dios en la muerte, en la cual precisamente esta obediencia fue consumada; y no sólo esto, sino que el mal fue puesto sobre Él en quien todo era bien. El mal y el bien se encontraron. ¡Qué encuentro! Continuará...

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