ACÉRCATE SEDIENTO Parte 40
CUATRO: Morir para nacer
Unos lo amaron y otros lo aborrecieron, pero Escocia nunca lo olvidó. Hasta el día de hoy puede visitarse su hogar en Edimburgo y entrar a la habitación donde algunos creen que dio su último suspiro. Esto es lo que sucedió en aquella ocasión. Su compañero de labores, Richard Bannatyne, estaba junto a su lecho de muerte. La respiración de Knox se tornó dificultosa y lenta. Bannatyne se inclinó para hablar al oído de su amigo. «Ha llegado el momento de poner fin a tu batalla. ¿Tienes esperanza?» susurró a su amigo.
La respuesta del reformador moribundo llegó en la forma de un dedo. Levantó su dedo y lo apuntó hacia arriba y murió, acto con el cual inspiró a un poeta a escribir: . . . el ángel de la muerte lo dejó desmenuzar sus lazos deshilachados con la tierra, mientras el dedo frío y tieso apuntaba firme hacia el cielo.
Que tu muerte te encuentre apuntando en la misma dirección. Te recomiendo hacer lo siguiente: Entrega a Dios tu muerte. Imagina tu último suspiro, visualiza tus minutos finales y ofrécelos a Él. De forma deliberada y periódica. «Señor, recibo tu obra en la cruz y en tu resurrección. Confío a ti mi partida de la tierra». Con Cristo como tu amigo y el cielo como tu hogar, el día de la muerte se torna más dulce que el del nacimiento.
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