EL REMANENTE Capítulo 22

Sólo haré referencia a un punto que marca la diferencia entre los dos remanentes de la manera más clara. El remanente judío es alentado por la esperanza de la aparición del «Sol de justicia» (Malaquías 4:2), mientras que al remanente cristiano se le concede un privilegio muchísimo más elevado, esplendoroso y dulce: el de esperar «la estrella resplandeciente de la mañana» (Apocalipsis 2:28). Una criatura es capaz de entender la diferencia entre estas dos cosas. La estrella de la mañana aparece en el cielo mucho antes de que salga el sol, y así también la Iglesia encontrará a su Señor como «la estrella de la mañana» antes de que los rayos del Sol de justicia caigan, con su poder sanador, sobre el remanente de Israel, temeroso de Dios. No quisiera terminar sin decir unas palabras sobre Laodicea. Nada puede ser más vívido o notable que el contraste que existe, en todos los aspectos, entre Laodicea y Filadelfia. Laodicea representa el último período del cuerpo profesante cristiano. Está a punto de ser vomitada como algo intolerablemente nauseabundo para Cristo. No se trata aquí de crasa inmoralidad. A los ojos de los hombres podrá tener una apariencia muy respetable, pero para Cristo, es un estado muy repugnante, caracterizado por la tibieza y la indiferencia: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, te vomitaré de mi boca” (v. 15-16). ¡Cuán solemne es hallar a la iglesia profesante en semejante condición! ¡Cuán rápidamente pasamos de las delicias de Filadelfia —con todo lo que ella tenía de precioso para el corazón de Cristo— a la atmósfera desecante de Laodicea, donde no existe ningún rasgo compensatorio, nada que dé reposo al alma! Lo único que se ve es una fría indiferencia hacia Cristo y sus intereses, junto con la más triste satisfacción de sí mismo. “Tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” Continuará...

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