EL REMANENTE Capítulo 23

¡Cuán solemne es todo esto! La gente se jacta de sus riquezas y pretende no tener necesidad de nada, ¡y Cristo está afuera! Han perdido el sentido de la justicia divina —simbolizada por el «oro»— y de la justicia humana práctica —representada por las «vestiduras blancas»—; sin embargo, están llenos de sí mismos y de sus propias obras —todo lo contrario a la querida compañía filadelfa—. En Filadelfia no hay nada que reprobar; en Laodicea, nada que encomiar. En la primera, Cristo es todo; en la segunda, él está efectivamente fuera y la iglesia es todo. ¡Qué espantoso es considerar esto! Estamos precisamente en el fin; hemos llegado a la última fase solemne de la Iglesia como testigo de Dios en la tierra. Sin embargo, aun en medio de este deplorable estado de cosas, la gracia infinita y el inmutable amor de Cristo no dejan de brillar con su incomparable esplendor. Cristo está afuera —esto nos dice lo que es la Iglesia—. Mas él golpea, llama y espera —esto nos dice lo que Él es—. ¡Que el universo entero alabe su Nombre por la eternidad! “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (v. 19). Se ofrecen oro, vestiduras blancas y colirio. El amor desempeña distintas funciones, se reviste de diversos caracteres; pero todavía es el mismo amor. “El mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, aun cuando tenga que “reprender y castigar”. Aquí la actitud del Señor y su acción son de suma significación, tanto con respecto a la Iglesia como a sí mismo. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” [8] (v. 20). En la iglesia de Sardis se habla del remanente como de “unas personas”; en Laodicea leemos: “si alguno...”; aparece un “si”. Mas si hubiere un solo oído que oyere, si hubiere uno solo que abriere la puerta, ése de seguro tendrá el elevado privilegio, el inmenso favor de cenar con Cristo, de tener a ese preciado Salvador por huésped e invitado. “Yo con él y él conmigo.” Cuando el testimonio colectivo ha quedado reducido a su mínima expresión, la fidelidad individual es recompensada por una comunión íntima con el corazón de Cristo. Tal es el amor infinito y eterno de nuestro amado Salvador y Señor. ¡Oh, quién no querría confiar en Él, alabarle, amarle y servirle! Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario