EL REMANENTE Capítulo 25

Y cuando hablamos de la obra de evangelización, no debemos limitarla a los salones o edificios donde se reúne la asamblea, para lo cual se requiere naturalmente un don específico proveniente de la Cabeza de la Iglesia. Creemos que es el dulce privilegio de todo hijo de Dios hallarse en una condición de alma tal que exhale las buenas nuevas hacia las almas individuales en la vida privada. Debemos confesar que nuestro anhelo es que esto abunde más entre nosotros. Independientemente de cuál sea nuestra posición en la vida o nuestra esfera de actividad, debemos procurar con vehemencia y con oración la salvación de aquellos con quienes estamos en contacto a diario. Fallar en esto implica que no estamos en comunión con el corazón de Dios ni con la mente de Cristo. En los evangelios y en los Hechos de los Apóstoles tenemos muchísimos ejemplos de esta hermosa obra individual. Así, “Felipe halló a Natanael”, y Andrés “halló primero a su hermano Simón” (Juan 1:45, 41). ¡Cuánto más quisiéramos ver de esta importante y bella obra personal en privado! Es reconfortante para el corazón de Dios. Somos muy propensos a caer en una suerte de rutina y a estar satisfechos con invitar a la gente a los locales de reunión para escuchar una predicación. Esto está muy bien y es muy importante en su lugar. No escribiríamos una sola línea en desmedro del valor de este servicio; pero, al mismo tiempo, no podemos menos que tomar conciencia de nuestra triste falta en esta obra personal de amor hacia las almas. ¡Quiera el Señor de gracia despertar los corazones de todo su amado pueblo, a fin de que sientan un más vivo interés por la bendita obra de la evangelización, dentro y fuera de casa, en público y en privado!

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