EL YUGO DESIGUAL Capítulo 35

4- EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO Como en el tiempo de Faraón, cuando las multitudes de egipcios hambrientos acudían a él, y él les dijo: “Id a José” (Génesis 41:55), así también la Palabra de Dios nos dice a todos: “Id a Jesús.” Sí, es necesario que acudamos a Jesús para el alma y para el cuerpo, para el tiempo y la eternidad; pero los hombres del mundo no le conocen, ni tampoco le quieren; ¿qué, pues, tiene que ver el cristiano con ellos? ¿Cómo podría trabajar bajo un mismo yugo con ellos? No podría hacerlo más que negando de forma práctica el nombre de su Salvador. Hay muchos que no ven esto; pero ello no modifica en absoluto la realidad de las cosas. Debiéramos actuar con honestidad, como en la luz; y aun cuando los sentimientos y los afectos de la nueva naturaleza no fueren lo suficientemente fuertes en nosotros para hacer que rechacemos de inmediato el mero pensamiento de colocarnos en las filas de los enemigos de Cristo, la conciencia, al menos, debería inclinarse ante la imperativa autoridad de esa palabra: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.” ¡Que el Espíritu Santo revista su Palabra del poder celestial, y agudice su filo para que penetre en la conciencia, a fin de que los santos sean librados de todo escollo que impida correr “la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1)! El tiempo es breve. El Señor mismo aparecerá pronto. Entonces, más de un yugo desigual será roto en un santiamén: ovejas y chivos serán entonces eternamente separados. Ojalá que seamos capaces de purificarnos de toda asociación impura, y de toda influencia profana, a fin de que, cuando Jesús venga, “no nos alejemos de él avergonzados”, sino que podamos ir a su encuentro con corazones gozosos y con conciencias que nos aprueben.

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