LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 4

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Dios, en su amor maravilloso y sin par, me asegura a mí, pecador miserable, culpable y merecedor del infierno, que él mismo ha tomado a su cargo todo el asunto de mis pecados y los ha hecho desaparecer de tal modo de producir una rica cosecha de gloria para su nombre eterno, a lo largo y ancho del universo, en presencia de todo ser creado, dotado de inteligencia. Una fe viva en esto debe tranquilizar la conciencia. Si Dios ha quedado satisfecho a sí mismo con respecto a mis pecados, bien puedo yo estar también satisfecho. Yo sé que soy pecador, quizás el peor de los pecadores. Sé que mis pecados son más numerosos que los cabellos de mi cabeza; que son oscuros como la medianoche, negros como el mismo infierno. Sé que cualquiera de esos pecados, aun el más pequeño, merece las llamas eternas del infierno. Sé —porque me lo dice la Palabra de Dios— que ni una sola mancha de pecado puede entrar jamás en su santa presencia, y que, por eso, en cuanto a mí toca, no hay otra salida posible que una eterna separación de Dios. Todo esto lo sé, basado en la autoridad clara e incuestionable de esa Palabra que “permanece para siempre en los cielos” (Salmo 119:89). Pero, ¡oh, misterio profundo de la cruz, misterio glorioso de amor redentor! Veo a Dios mismo tomando todos mis pecados —esa lista negra y terrible—, todos mis pecados, tal como los conocía y los pesaba. Lo veo cargándolos sobre la cabeza de mi adorable Sustituto y teniéndolo a él por responsable de ellos. Continuará...

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