LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 5

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Veo las encrespadas olas de la justa ira de Dios —su ira contra mis pecados, la ira que debía haberme consumido, alma y cuerpo, en el infierno durante una espantosa eternidad—, pasando por encima del Hombre que ocupó mi lugar, que me representó delante de Dios, que llevó sobre sí todo lo que yo debía llevar, a quien un Dios santo trató como yo merecía ser tratado. Veo a un Dios inflexible en su justicia, verdad y santidad, tomando mis pecados y haciéndolos desaparecer por completo y para siempre. Ni uno solo queda sin ser juzgado. No existe la posibilidad de hacer la vista gorda, ni de mitigarlos, ni de pasarlos por alto, ni de permanecer indiferente, una vez que Dios mismo ha tomado en sus manos el asunto. Estaban comprometidas su gloria, su inmaculada santidad, su eterna majestad y las elevadas demandas de su gobierno. A todo eso había que dar la satisfacción pertinente, de forma que Dios fuese glorificado a los ojos de ángeles, hombres y demonios. Pudo haberme enviado al infierno, con toda justicia, a causa de mis pecados, pues no me merecía otra cosa. Todo mi ser moral, desde su máxima profundidad, lo reconoce: no tiene más remedio que reconocerlo. No tengo ni una sola palabra que decir como excusa por un solo pensamiento pecaminoso; mucho menos, por una vida manchada enteramente de pecado; sí, una vida de deliberado, rebelde y arbitrario pecado. Que razonen otros como les plazca sobre la supuesta injusticia de una eternidad de castigo por una corta vida de pecado, de una falta total de proporción entre unos pocos años de obrar mal y una eternidad sin fin de tormentos en el lago de fuego. Ellos pueden hallar razones, pero creo firmemente y confieso sin reservas que por un solo pecado contra un ser como Dios a quien veo en la cruz, yo merezco de sobra un castigo eterno en el foso más hondo, oscuro y lúgubre del infierno. Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario