LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 31

4- CRISTO COMO OBJETO DEL CORAZÓN Pueden estar el domingo procurando tomar parte en una y otra de las muchas actividades cristianas que se llevan a cabo en ese día, y se los puede ver durante la semana en el baile, en el hipódromo o en cualquier otro escenario de insensatez y vanidad. Es evidente que tales personas no saben nada de Cristo como objeto del corazón. A decir verdad, resulta muy difícil entender cómo es que una persona que tenga una sola chispa de vida divina en el alma, puede hallar placer en las miserables ocupaciones de un mundo sin Dios. El cristiano verdadero y fervoroso se aparta de tales cosas; lo hace instintivamente; y no meramente por lo positivamente malo de ellas —aunque seguramente las considera malas y perversas—, sino porque les ha perdido el gusto y porque ha encontrado algo infinitamente superior, algo que satisface perfectamente todos los deseos de su nueva naturaleza. ¿Podemos imaginarnos a un ángel del cielo complaciéndose en un baile, un teatro o un hipódromo? Sólo el pensarlo es una ridiculez suprema. A un ser celestial le son totalmente ajenas tales escenas. ¿Y qué es un cristiano? Un hombre celestial, pues es partícipe de la naturaleza divina. Está muerto al mundo, muerto al pecado, vivo para Dios. No tiene ni un solo vínculo con el mundo; pertenece al cielo. Así como Cristo su Señor no es del mundo, tampoco él lo es. ¿Podría Cristo tomar parte en los entretenimientos, juergas y necedades de este mundo? La idea misma sería una blasfemia. Pues bien, ¿qué diremos del cristiano? ¿Ha de hallarse donde su Señor no podría ser hallado? ¿Puede tomar parte consecuentemente en cosas de las que sabe en su corazón que son contrarias a Cristo? ¿Puede ir a lugares, escenas y ambientes en los que tiene que admitir que su Salvador y Señor no puede participar? ¿Puede ir y tener comunión con un mundo que aborrece a ese mismo a quien él profesa que le debe todo? Continuará...

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