LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 34

4- CRISTO COMO OBJETO DEL CORAZÓN Dos personas pueden sentarse a una misma mesa para comer; una come para satisfacer su apetito, la otra come “para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31), come simplemente para conservar en buen funcionamiento su cuerpo como vaso de Dios, templo del Espíritu Santo e instrumento para el servicio de Cristo. Y así, en todo. Nuestro gran privilegio es tener siempre delante de nosotros al Señor. Él es nuestro modelo. Como él fue enviado al mundo, así también nosotros. ¿A qué vino? A glorificar a Dios. ¿Cómo vivió? Por el Padre: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57). Así todo resulta muy sencillo. Cristo es el modelo y la piedra de toque para todo. Ya no es cuestión meramente de obrar bien o mal de acuerdo con normas humanas; es simplemente una cuestión de saber lo que es digno de Cristo. ¿Haría él esto o lo otro? ¿Estaría él aquí o allí? Él nos dejó “ejemplo, para que” sigamos “sus pisadas” (1 Pedro 2:21). Y de seguro que no deberíamos ir a donde no podemos rastrear Sus huellas benditas. Si vamos a un lugar o a otro para complacernos a nosotros mismos, no estamos siguiendo Sus huellas y no podemos abrigar la esperanza de disfrutar de Su bendita presencia. Aquí está el verdadero secreto de todo este asunto. La gran pregunta que hemos de hacernos es precisamente ésta: ¿Es Cristo mi único objeto? ¿Para qué estoy viviendo? ¿Puedo decir: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”? (Gálatas 2:20). Lo que esté por debajo de eso no es digno del cristiano. Cosa bien pobre y miserable es contentarse con ser salvo, y luego seguir codo a codo con el mundo, viviendo para el placer y el interés de uno mismo; aceptar la salvación como fruto de las penalidades y los padecimientos de Cristo, y vivir luego distanciados de él. ¿Qué diríamos de un niño al que sólo le interesan las cosas buenas que le provee la mano de su padre, y no buscase nunca su compañía, sino que prefiriese la compañía de extraños? Sin duda sería considerado digno de desprecio; pero, ¡cuánto más despreciable es el cristiano que debe todo su presente y toda su eternidad a la obra de Cristo y, sin embargo, se contenta con vivir a una fría distancia de su adorable persona, sin preocuparse por promover su gloria! Continuará...

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