LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 13

2- NUESTRA SEGURIDAD DEL PERDÓN DE LOS PECADOS No, de veras; nos lleva a Dios sin mancha, ni culpa ni carga. Nos lleva a Dios, siendo aceptos por él sobre la base de todo el valor de su bendita persona. ¿Hay alguna culpa en Cristo? ¡No! Sí la hubo, ¡bendito sea su nombre!, cuando estuvo en nuestro lugar, pero desapareció —desapareció para siempre—, hundida como plomo en las insondables aguas del perdón divino. Él cargó con nuestros pecados en la cruz. Dios cargó sobre él todas nuestras iniquidades, y con él trató sobre ellas. Todo el asunto de nuestros pecados, según la propia estimación que Dios hace de ellos, fue plenamente abordado y definitivamente solucionado. Todo quedó divinamente resuelto entre Dios y Cristo en las espantosas sombras del Calvario. Sí, allí todo ello fue resuelto de una vez y para siempre. ¿Cómo lo sabemos? Por la autoridad del único Dios verdadero. Su Palabra nos asegura que “tenemos redención” por medio de la sangre de Cristo, “el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). Nos declara, con acentos de la más dulce, rica y profunda gracia, que nunca más se acordará de nuestros pecados y de nuestras iniquidades (Hebreos 8:12). ¿No basta con esto? ¿Continuaremos todavía clamando que estamos atados y amarrados con la cadena de nuestros pecados? ¿Echaremos así un borrón en la obra perfecta de Cristo? ¿Empañaremos así el brillo de la gracia divina y tendremos por mentira el testimonio del Espíritu Santo en “la Escritura de la verdad” (Daniel 10:21 VM)? ¡Lejos esté de nosotros tal pensamiento! Eso no puede ser. Aclamemos más bien con gratitud la bendita dádiva que el amor divino nos ha otorgado tan generosamente mediante la preciosa sangre de Cristo. El corazón de Dios se llena de gozo al perdonarnos los pecados. Sí, Dios se deleita en perdonar la iniquidad y la transgresión. Le satisface y glorifica derramar en un corazón contrito y humillado el bálsamo precioso de su amor misericordioso y perdonador. Continuará...

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