LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 14

2- NUESTRA SEGURIDAD DEL PERDÓN DE LOS PECADOS No escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó y lo quebrantó en el madero maldito, a fin de que las copiosas corrientes de gracia que manan de su ancho y amoroso corazón, puedan, con perfecta justicia, derramarse en el pecador miserable, culpable, arruinado por sí mismo y acusado por su propia conciencia. Pero si el lector se siente todavía inclinado a inquirir cómo puede obtener la seguridad de que él también tiene parte en esta feliz remisión de los pecados —en este fruto de la obra expiatoria de Cristo—, que escuche estas magníficas palabras que salieron de los labios del Salvador resucitado, cuando comisionó a los primeros proclamadores de su gracia: “Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:46-47). Aquí tenemos la gran comisión; su base, su autoridad y su esfera. Cristo padeció. Esta es la base meritoria del perdón de los pecados. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados; pero por el derramamiento de la sangre, y sólo por él, hay remisión de pecados; una remisión tan plena y completa como la capacidad que tiene la sangre de Cristo para llevarla a cabo. Pero, ¿dónde está la autoridad para ello? “Está escrito”. ¡Bendita e indiscutible autoridad! No hay nada que pueda sacudirla jamás. Sobre la base sólida de la autoridad de la Palabra de Dios, yo sé que todos mis pecados están perdonados, borrados, olvidados para siempre, echados a las espaldas de Dios, de forma que no pueden jamás, de ningún modo, levantarse contra mí. Continuará...

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