LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 18

2- NUESTRA SEGURIDAD DEL PERDÓN DE LOS PECADOS Ésta es la respiración propia de un cristiano. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Esto es cristianismo. El viejo «yo» está crucificado, y Cristo vive mí. El cristiano es una nueva criatura. Las cosas viejas pasaron (2 Corintios 5:17). La muerte de Cristo ha puesto punto final para siempre a la historia del viejo «yo»; y, por tanto, aunque el pecado mora en el creyente, su poder ha sido quebrado y destruido para siempre. No sólo ha sido cancelada su culpa, sino que su terrible dominio ha sido completamente destronado. Esta es la gloriosa doctrina de los capítulos 6 a 8 de Romanos. Todo estudioso serio y reflexivo de esta magnífica epístola observará que, desde el capítulo 3:21 hasta el 5:11, tenemos la obra de Cristo aplicada al asunto de los pecados; y desde 5:12 hasta el final del capítulo 8, tenemos otro aspecto de esa obra, a saber, su aplicación al asunto del pecado, nuestro “viejo hombre”, “el cuerpo del pecado”, “el pecado en la carne”. No hay en la Escritura tal cosa como el perdón del pecado. Dios ha condenado el pecado, no lo ha perdonado: algo muy distinto, con una diferencia sumamente importante. Dios ha mostrado su eterno aborrecimiento del pecado en la cruz de Cristo. Ha expresado y ha ejecutado su juicio sobre el pecado, y ahora el creyente puede verse a sí mismo como unido e identificado con Aquel que murió en la cruz y ha resucitado de entre los muertos. Ha pasado de la esfera del dominio del pecado a la esfera nueva y dichosa donde reina la gracia mediante la justicia. “Gracias a Dios,” dice el apóstol, “que, aunque erais [en otro tiempo, pero ya no más] esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado [no meramente pecados perdonados], vinisteis a ser siervos de la justicia. Continuará...

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