LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 39

5- VERDADERA PAZ DE CONCIENCIA Y AUTÉNTICO REPOSO DE CORAZÓN Si las tradiciones de los hombres, ya sean padres, hermanos o doctores, se presentan como autoridad, las consideramos como una mota de polvo en la balanza (Isaías 40:15); y, en cuanto al racionalismo, sólo puede compararse a un murciélago a la luz del sol del mediodía, deslumbrado por el resplandor y golpeándose ciegamente contra objetos que no puede ver. ¡Qué gozo más profundo para el corazón poder apartarse de las tradiciones y doctrinas de los hombres, opuestas entre sí, y hallar reposo a la luz de la Santa Escritura! ¡Qué gozo experimenta el creyente cuando, tras encontrarse con los insolentes razonamientos del incrédulo, del racionalista y del escéptico, puede rendir todo su ser moral a la autoridad y al poder de la Santa Biblia, reconociendo con gratitud, en la Palabra de Dios, la única norma perfecta de doctrina, de moral, de todo! “Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto [αρτιος], enteramente instruido para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17 RV 1909). ¿Qué más podemos necesitar? ¡Nada! Si la Escritura puede hacer a un niño “sabio para la salvación”, y puede hacer a un hombre “perfecto”, “enteramente instruido para toda buena obra”, ¿para qué necesitamos las tradiciones humanas o los vanos razonamientos humanos? Si Dios ha escrito un volumen para nosotros, si ha condescendido en gracia a darnos una revelación de su pensamiento respecto a todo lo que debemos saber, pensar, sentir, creer y hacer, ¿acudiremos a un pobre mortal semejante a nosotros, ya sea un ritualista o un racionalista, para que nos ayude? ¡Lejos esté de nosotros tal pensamiento! Acudir a la tradición o a la razón humanas para que suplan alguna deficiencia en la revelación divina, es lo mismo que si acudiésemos a algún mortal para que añada algo a la obra consumada de Cristo a fin de hacerla suficiente para nuestra conciencia, o para que supla alguna deficiencia en la Persona de Cristo a fin de hacerlo suficiente para nuestro corazón. Continuará...

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