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GÉNESIS PARTE 60

Un hombre mundano y un hombre de fe El hombre natural piensa que Dios debe recibir algo de sus manos, olvidándose que para Dios también “más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20.:3.5) y que sin duda Dios merece la posición de mayor bendición. “Sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor” (Hebreos 7:7). ¿Quién ha dado a Dios primero (Romanos 11:35) para que Él tenga? Dios está dispuesto a recibir una ofrenda muy insignificante del corazón que ha aprendido antes el significado profundo de la verdad encerrada en la petición de 1 Crónicas 29:14 : “de lo recibido de tu mano te damos”. Empero, si el hombre pretende ocupar otra posición y dar a Dios de lo que llama suyo, se le responde: “Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti” (Salmo 50:12). Dios “no es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:25). El gran Dador de todas las cosas no puede tener necesidad. La alabanza es la única ofrenda nuestra que le podemos traer, y esto sólo después de un conocimiento bien fundado de que nuestros pecados han sido perdonados, y este conocimiento depende, a su vez, de una fe cierta en la eficacia de la expiación hecha a nuestro favor. Convendría que el lector se detuviese aquí para leer y meditar los pasajes siguientes: .Salmo 1; Isaías 1:11-18, Hechos. 17:22-34. En todas estas citas se nos presenta la verdad en cuanto a la verdadera posición del hombre delante de Dios y la única base para el culto. El sacrificio de Abel: los primogénitos de sus ovejas. Vamos ahora a considerar el sacrificio de Abel. “Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas” (v. 5). Continuará...

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GÉNESIS PARTE 59

Un hombre mundano y un hombre de fe Ninguna otra cosa podría haberlo hecho. Si hubiera seguido hasta el día de hoy yendo por todas partes “haciendo bienes”, el velo habría v permanecido entero y habría seguido siendo una barrera infranqueable para el adorador que buscara el Lugar Santísimo. Así nos consta que Caín edificó sobre fundamento de arena cuando procuró acercarse a Dios por medio de sus ofrendas. Un pecador no perdonado que entra en la presencia de Dios trayendo su sacrificio vegetal se hace culpable de la más grande presunción. Es cierto que había trabajado para producir su ofrenda, mas ¿de qué le valió eso? ¿Podría la labor remover la maldad del pecado? ¿Podría el trabajo satisfacer las demandas de la santidad divina? ¿Podría ser la base para que Dios la aceptara? ¿Podría anular o expiar la pena que el pecado había merecido? ¿Podría quitarle a la muerte su aguijón y a la tumba su victoria? ¿Podría hacer una sola de todas estas cosas? ¡Imposible! “Sin derramamiento de sangre no hay remisión”. La ofrenda vegetal de Caín, como todo otro sacrificio incruento, no solamente no tenía valor, sino que en realidad era una abominación a los ojos de Dios. Su acto demostró su ignorancia, no solamente ern cuanto a su propia condición, sino al carácter divino. Dios “no es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo” (Hechos 17:25). Pero Caín obró como si hubiera podido abrirse camino hacia Dios por medio del producto de la tierra. Hay muchos que piensan lo mismo todavía. Caín ha tenido sus millones de imitadores en todo tiempo. El culto de Caín es el culto universal. Es el culto de todos aquellos que no se arrepienten, de los inconversos que tienen la necedad de inventar otro sistema de religión fuera de aquel que Dios reveló. Continuará...

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GÉNESIS PARTE 58

Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida CAÍN Y ABEL: DIFERENTE ACTITUD DE DOS PECADORES ANTE DIOS Las dos naturalezas Si se hubiera posesionado de la doctrina divina habría sabido que desde el principio “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Esta doctrina es fundamental. “La paga del pecado es muerte” (Romanos.,6:23). Caín era pecador, y entre él y Dios se interponía la muerte. Sin embargo, en su ofrenda no confesó esa verdad. No presentó, en lugar de su vida, otra sacrificada en reconocimiento de las demandas de la santidad y en reconocimiento, también, de su propia falta en ese particular, trató a Dios como si hubiese sido otro igual a él, que podría aceptar la ofrenda del campo maldito y pasar por alto el pecado no confesado de Caín. Todo esto, y más aun, encierra el acto no autorizado de Caín al ofrecer su sacrificio incruento. Desplegó la más imperdonable ignorancia con referencia a tres cosas: 1. las demandas divinas 2. su propio carácter y condición como pecador perdido y condenado, por lo que él no tenía nada de sí mismo para ofrecer 3. el verdadero estado de la tierra cuyo fruto trajo en ofrenda. El razonamiento humano se puede resumir con esta pregunta: ¿Qué ofrenda mejor y más aceptable hay que el producto de la labor de las manos y del sudor de la frente?». Así, de veras, piensa el corazón humano y aun el ánimo religioso, pero Dios no razona así, y la fe procura ponerse de acuerdo con los pensamientos de Dios. Dios ha enseñado (lo que la fe acepta) que se necesita el sacrificio de una vida para abrir el paso hasta la presencia inmaculada. Así es que, cuando contemplamos el ministerio de nuestro Señor Jesús, vemos que, si no hubiera muerto en la cruz, todos sus servicios habrían sido inútiles para establecer en favor de la humanidad una base de comunión con Dios. Es cierto que “hacía bienes” (Hechos 10:38) durante toda su vida, empero sólo por su muerte rasgó el velo (Mateo 27:51). Continuará...

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GÉNESIS PARTE 57

Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida CAÍN Y ABEL: DIFERENTE ACTITUD DE DOS PECADORES ANTE DIOS Las dos naturalezas Para todo hombre arrepentido, la historia de Abel señala claramente el único modo de acercarse a Dios y de tener relaciones con él. Le enseña que le es imposible tener acceso a Dios basándose en elementos que existen en su propia naturaleza, y que, en cambio, le es necesario buscar el medio de acceso en algo que está fuera de sí mismo, es decir, en la persona y la obra de Otro, la cual tiene que ser el único punto de contacto posible con un Dios santo, justo y verdadero. En el capítulo 11 de Hebreos hallamos este comentario que nos presenta el asunto con toda claridad: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (Hebreos 11:4). Aquí se nos dice claramente que la diferencia entre los dos hombres no consistió en el carácter de cada uno de ellos, sino en el de sus holocaustos; no era una diferencia entre los adoradores, sino entre su modo de adorar. No necesitamosde sutilezas para comprender esta diferencia, y, si aceptamos el sencillo testimonio del texto sagrado, descubriremos una verdad cuya importancia es imposible exagerar. La ofrenda de Caín: el fruto de la tierra Vamos, pues, a examinar las cualidades de estas dos ofrendas. El texto dice así: “Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (Génesis 4:3-5). La diferencia entre la una y la otra es muy clara. Caín ofreció a Jehová el fruto de la tierra maldita, y eso sin ninguna sangre con que expiar esa maldición. Presentó un sacrificio incruento, simplemente porque no tuvo fe en otra clase de sacrificio. Continuará...

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GÉNESIS PARTE 56

GÉNESIS Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida CAÍN Y ABEL: DIFERENTE ACTITUD DE DOS PECADORES ANTE DIOS Las dos naturalezas Ahora bien; como el modo de derivar la naturaleza del primer hombre es el de la generación natural, de la misma manera se ha de derivar una nueva naturaleza del Segundo Hombre por medio de un nuevo nacimiento. Toda vez que hemos nacido en la carne como hijos de Adán, participamos de su naturaleza carnal. Al nacer de nuevo participaremos de la naturaleza del nuevo Progenitor. Un recién nacido, aunque es incapaz de realizar un acto semejante al que causó la caída de Adán, participa, sin embargo, de la misma naturaleza de él. Así también el recién nacido en Jesús —el alma regenerada aunque no toma parte alguna en la obra divina por medio de la cual el Salvador guardó una obediencia perfecta, llega a ser partícipe de su naturaleza divina. Así como es cierto que esa naturaleza humana produce inevitablemente el pecado, igualmente cierto es que la otra naturaleza obra la justicia. El pecado es del hombre, la justicia es de Dios. Pero en todo caso ese pecado y esa justicia se manifestarán como elementos inherentes a la naturaleza de la que emanan. El hijo de Adán participa de la naturaleza de su jefe (o cabeza) en todas sus maneras de pensar, sentir y obrar, y el hijo de Dios, de igual manera, participa de la naturaleza divina en sus modos de obrar, sentir y pensar. La primera naturaleza es así porque ha sido engendrada de la voluntad de hombre, la segunda obra de conformidad con la voluntad de Dios (Juan 1:13). Santiago nos dice que “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18).De todo esto se deduce que Abel no era diferente de Caín en su naturaleza moral. La distinción entre uno y otro no tuvo su origen en su naturaleza ni en las circunstancias que les rodeaban, pues en estas cosas no hubo diferencia (Romanos 3:22). ¿A qué se debió, pues, que hubiese tan grande contraste en sus obras? La contestación es muy fácil, porque el Evangelio de la gracia de Dios lo explica todo. La diferencia no estriba en la distinta naturaleza de los dos hombres, ni en la educación u otras circunstancias, sino sólo en la naturaleza de las ofrendas que presentaron. Aceptará esta interpretación sin murmuración toda persona que sienta que ella misma es pecadora y que reconozca que participa de una naturaleza contaminada. Continuará...

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GÉNESIS PARTE 55

GÉNESIS Deseos de la carne, deseos de los ojos y vanagloria de la vida CAÍN Y ABEL: DIFERENTE ACTITUD DE DOS PECADORES ANTE DIOS Un hombre mundano y un hombre de fe Es cierto que Adán mismo, como lo hemos dicho, fue objeto de la gracia, el poseedor y el demostrador de una fe viva en el Salvador prometido, pero no hubo en eso nada natural, sino algo que era enteramente divino. Y, por cuanto no era cosa natural, no le era posible comunicarla a su familia por los medios naturales. La gracia no es hereditaria. Adán no pudo legar ni engendrar su fe en Caín y Abel. Su propia posesión de fe era el fruto del amor divino, plantada en su corazón por el poder divino, pero no estaba en poder de la naturaleza para comunicarla a otro. Todo aquello que era natural en Adán, él lo pudo engendrar en sus hijos, pero nada más que eso, y dado que él como padre estaba en una condición de ruina, sus hijos tuvieron que nacer en el mismo estado. Tal como sea el que engendra, así han de ser los engendrados. Era preciso que participasen de la misma naturaleza. “Cual el terrenal, tales también los terrenales” (1 Corintios 15:48). Las dos naturalezas Es de mucha importancia que se evite todo error al explicar esta doctrina de la responsabilidad de Adán. El lector debe leer con cuidado el pasaje de Romanos 5:12-21, en el cual verá que el apóstol dispone a toda la raza humana en dos categorías. No es mi propósito comentar el pasaje, sino simplemente referirme a él en conexión con lo expuesto. El capítulo 15 de la primera epístola a los Corintios nos enseña la misma doctrina. Del primer hombre tenemos, como frutos de la desobediencia, el pecado y la muerte. Del Segundo Hombre tenemos, como frutos de su obediencia, la justificación y la vida. Como se deriva la naturaleza del uno, también se deriva la del Otro. Sin duda cada naturaleza desplegará en los casos particulares sus propias energías, y manifestará en cada individuo que la posea sus poderes particulares. Sin embargo, no faltarán las evidencias positivas que determinen cuál de las dos naturalezas predomina. Continuará...